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el lenguaje de los gestos no miente

24 abril 2009

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La fotos que a veces publica la prensa hablan por sólas. Es el caso de una en la que Fidel Castro pasabo su mano por el hombro de Felipe Gonzalez o la del beso en la boca entre Breshnev y Walter Ulbricht. Últimamente se ha comentado la reverencia de Obama al Rey de Arabia… Ahora merece la pena leer el comentario de Gustavo Bueno, publicado en El Catoblepas de Abril, con el titular de «Obama acoge en su seno a Zapatero»:

 

 

Obama acoge en su seno a Zapatero

Gustavo Bueno

Un comentario a dos fotografías que han dado la vuelta al mundo

El video o la fotografía que nos muestra la imagen de Barack Hussein Obama «saludando afectuosamente» a José Luis Rodríguez Zapatero en la entrevista formal que tuvo lugar en Praga el domingo 5 de abril de 2009, «ha dado la vuelta al mundo», pero sobre todo ha dado muchas vueltas a España.

Muchos medios españoles han ofrecido, junto con la imagen de Obama saludando afectuosamente a Zapatero, una imagen homóloga de Bush II y Aznar (pero en la que estos últimos no están propiamente saludándose) de hace seis años, en 2003, en las Azores, preparando la intervención en Irak

Y todos estos medios han subrayado una semejanza entre el gesto de «saludo afectuoso» de Obama, poniendo su mano en el hombro de Zapatero, y el gesto de Bush II poniendo su mano en el hombro de Aznar.

Por mi parte no tengo ninguna crítica que hacer a este descubrimiento de la semejanza y a su interpretación global, que es, por otra parte, bastante obvia. Pero sí me parece que merece la pena analizar un poco más el alcance de la semejanza de estos gestos para lograr una mayor claridad y distinción en la «interpretación obvia», en la que advertimos una notable oscuridad y confusión.

Oscuridad y confusión que pondríamos en el sesgo psicológico o etológico que parece implícita en la interpretación de este gesto como una expresión de supuestos saludos afectuosos, referidos a una amistad personal espontánea (en el caso de Aznar) o recuperada, en el caso de Zapatero, después de la «decepción» del anuncio por la ministra de Defensa, en marzo de 2009, de una imprevista retirada relámpago de las tropas españolas en Kosovo.

Por supuesto, no se trata de ignorar los componentes genéricos, psicológicos o etológicos de estos gestos de «expresión de las emociones» entre dos individuos de la especie humana. Estos componentes genéricos se presuponen. Lo que no significa siquiera que haya que considerarlos «sinceros» o espontáneos y no acaso fingidos o «diplomáticos».

De lo que se trata es de mantener la interpretación en el terreno político y, desde él, constatar algunas características diferenciales de estos gestos, que se dan precisamente en el terreno psicológico o etológico, pero que pueden tomarse como corroboraciones de la interpretación política. De lo que queremos alejarnos es de la posibilidad de interpretar los significados políticos desde la perspectiva «reduccionista» psicológica o etológica que, en sus lados amables, asume como plataforma la del humanismo armonista y panfilista, a saber, el humanismo krausista que inspira la Alianza de las Civilizaciones.

Dicho del modo más sencillo posible: se trata de no olvidar que estos sujetos de la especie humana que se fotografían juntos y ofrecen algunos rasgos muy semejantes, no actúan como meros sujetos psicológicos o etológicos, sino como actores que representan el papel de presidentes de dos sociedades políticas –de dos «sociedades democráticas homologadas», Estados Unidos y España– y que su condición de tales es la que determina muchos rasgos susceptibles de ser constatados en el terreno psicológico o etológico.

Comenzamos por subrayar el carácter ceremonial de lo que se representa en las dos fotografías. Lo que allí se representa, en efecto, no es algo procedente de la «espontaneidad afectuosa entre dos individuos relevantes» sino algo derivado de los automatismos que se desencadenan en los rituales etológicos más rutinarios entre primates (los hombres, entre ellos).

El carácter ceremonial del saludo «poner la mano encima del otro sin reciprocidad», acompañando el gesto con una sonrisa (a veces dirigida al infinito), contrasta fuertemente con el mismo carácter no ceremonial del mismo gesto sin reciprocidad (cuando hay reciprocidad el gesto toma la forma de un abrazo) que es desplegado, por ejemplo, por un patán nuevo rico que «se toma confianza» con su antiguo amo o patrón. Y no ya como expresión de la buena voluntad o afecto que mantienen ante él en su nuevo estatus, sino como expresión de la satisfacción que experimenta tras una victoria que le permite codearse con su señor. Cuando Michelle Obama, la esposa del presidente Obama, en Londres, y pocas horas antes del saludo de su marido a Zapatero, puso su mano en el hombro de la Reina de Inglaterra –un gesto que escandalizó a los conservadores del protocolo– no lo hizo ceremonialmente, sino casi a hurtadillas, durante la marcha del grupo de invitados hacia otro salón; y no lo hizo como gesto de saludo, sino como un gesto mucho más próximo al del patán nuevo rico al que antes nos hemos referido. Un gesto de patán que no tiene nada de gesto revolucionario, porque lo que el nuevo rico, como el burgués gentilhombre, busca con él, no es tanto destruir a la aristocracia cuanto «alternar» con ella.

Pero el gesto «mano en el hombro sin reciprocidad» que vemos en la imagen del saludo de Obama a Zapatero y en la imagen de la presentación conjunta de Bush II y Aznar, es un gesto ceremonial, núcleo de una ceremonia de «posado» ante cientos de cámaras, que desempeñan el papel de los ojos de todo el mundo. Es una ceremonia teatral, cuidadosamente preparada por los asesores de quienes «ponen la mano en el hombro del otro» para expresar no tanto afectos, sentimientos o emociones psicológico subjetivas (que pueden ir sin embargo por otro lado) sino para representar con la mayor frialdad posible, ante el mundo entero, lo siguiente: que el hombre más poderoso, en cuanto símbolo personal de un Imperio, es decir, en cuanto emperador (para utilizar un lenguaje político hoy anticuado en las sociedades democráticas homologadas, que a toda costa quieren ocultar pudibundamente ciertas relaciones que siguen siendo reales), está reconociendo el vasallaje de un reyezuelo a cargo de una provincia más o menos levantisca de su Imperio.

Reconocimiento que conlleva, por supuesto, su protección, el darle al vasallo acceso a importantes beneficios económicos y sociales, los propios de un contrato feudo-vasallático medieval, que solía estar implicado, por cierto, en la ceremonia de armar caballero. En esta ceremonia el señor, es decir, el caballero medieval, como nos dice Marc Bloch, después de entregar las armas significativas de su futuro estado al postulante, y de ceñirle la espada, no se limitaba a ponerle la mano en el hombro: le descarga sobre la nuca o sobre la mejilla una palmada, colée o colleja. «El contacto establecido entre la mano del padrino y el cuerpo del postulante transmitía del uno al otro una especie de influjo semejante al de esa otra bofetada que el obispo da al clérigo que consagra como sacerdote.» Lo que nos sugiere que el gesto «mano en el hombro sin reciprocidad» conserva algo, en forma estilizada, de aquella bofetada. La ceremonia «mano en el hombro de Zapatero» de Obama podría interpretarse, según esto, como la «bofetada estilizada» que Obama propina a Zapatero.

La ceremonia del gesto «mano en el hombro sin reciprocidad», en cuanto ceremonia representativa, no sólo no expresa sentimientos o afectos amistosos «sinceros», sino que puede encubrir resentimientos profundos, sañas que han de ocultarse a la «razón de Estado», pero que no podrá olvidar jamás la «prudencia política». Cuenta Antonio de Guevara (Una década de Césares, 1539) que el crudelíssimo Emperador Bassiano tomo consigo al lado derecho a Papiniano (el más famoso jurisconsulto del todo el Imperio romano) y cuando venía «por la calle traýa Bassiano sobre su hombro la mano derecha hasta que llegaron a casa, en la qual entrando al pie de la escalera con una hacha de partir leña le mandó cortar la cabeça».

Es cierto, por supuesto, que no siempre el gesto «mano en el hombro sin reciprocidad», en ceremonias políticas, oculta intenciones tan siniestras como las del emperador Basiano ante Papiniano. Velázquez, en La rendición de Breda, representa al general español, de origen genovés, pero uno de los más destacados servidores del Imperio español, Ambrosio de Spínola, poniendo la mano en el hombro de Justino de Nassau, gobernador de Breda y «vasallo» del Rey de España, dirigiéndole una sonrisa amable y comprensiva mientras le impide que se arrodille de modo humillante al entregarle las llaves.

En cualquier caso, y sobre el fondo común ceremonial representativo de las dos escenas políticas o feudo-vasalláticas que comentamos –representadas en las fotografías de Bush II-Aznar en las Azores y Obama-Zapatero en Praga– cabe apreciar importantes diferencias psicológico etológicas, pero con innegable raíces políticas.

Por descontado es impensable, en el contexto político que presuponemos, que Aznar hubiera puesto la mano sobre el hombro de Bush II, o que Zapatero la hubiera puesto sobre el hombro de Obama. Y sin embargo, fuera de este contexto político, y en un contexto doméstico, más bien etológico psicológico («en una relación de hombre a hombre») sabemos que Aznar ponía con toda confianza y fuera de cualquier protocolo los pies sobre una mesa, sobre la que también descansaban los pies de Bush II; una escena impensable en el pasado o en el futuro de las relaciones de Zapatero con Obama. Lo que no constituiría ningún misterio para los seguidores de Zapatero, que explicarían esta imposibilidad alegando que Zapatero está «mejor educado» que Aznar.

En la fotografía de 2003 Bush II pone la mano en el hombro de Aznar en un momento en el cual ambos miran desde su escenario a un frente indefinido –al público, cualquiera que sea–; ambos miran con madurez determinada, que expresa una conciencia consolidada de su responsabilidad; ambos tienen la boca cerrada y manifiestan una resolución firmemente compartida, independientemente por cada cual (la intervención en el Irak) pero convergente en todo lo que sea necesario para mantener el «orden occidental». Sin perjuicio de lo cual Aznar recibe, al parecer con cierta resignada ironía, la propia de quien se sabe heredero de un Imperio que siglos atrás hubiera puesto la mano sobre el hombro de algún antepasado de Bush, la presión del brazo protector del entonces amo del mundo.

Pero en la fotografía de 2009 los actores, desde su escenario, ya no miran al frente. Tampoco «se miran mutuamente a los ojos». Obama mira al infinito, con «sonrisa perdida» y con la boca abierta, acogiendo con su mano sobre el hombro de aquel a quien considera un aliado, y a quien está dispuesto a perdonar sus pasadas frivolidades; a un aliado no ya «occidental», sino «humano», según un humanismo lejanamente convergente con el de Zapatero. Pero Zapatero mira a un Obama que le arma caballero con una sonrisa que tiene algo del perruno agradecimiento del postulante que recibe por fin la esperada reconciliación y acogida en el seno de los veinte caballeros del nuevo Imperio.

Utilizaremos la distinción que Philipp Lersch establecía entre dos tipos de actitudes o posturas determinables en la mirada: la postura de sentirse tocado, en cuanto es polarmente opuesta a la postura de hallarse dueños de sí. La mirada de Zapatero en el escenario de Praga no es la mirada previamente controlada del actor, sino la mirada primaria y espontánea que brota sin embargo en el actor en el momento de ocupar la escena, en la cual el «verdadero Héctor es un falso actor»: es la actitud que Lersch describe como una forma reactiva, fuertemente impulsiva, que se halla todavía próxima a lo puramente animal «pudiéndose llamar, por lo tanto, infantil». Una actitud que constrasta con su diametral contraria, la que asume en esta escena Obama. «Que es la postura volitiva consciente que se propone fines y va dirigida a un rendimiento.» Una postura de «verdadero actor y de verdadero Héctor», cuidadosamente preparada, sin duda, por los asesores del presidente mulato. Pero esta diferencia psicológico etológica entre estos dos tipos de actitud implícitos en la mirada y la expresión de los actores no puede traducirse «literalmente» al plano antropológico.

Apelaré al análisis que Irenäus Eibl-Eibesfeldt ofrece (El hombre preprogramado, figura 26) de una relación entre dos sujetos en «juego interespecífico», uno de ellos un chimpancé, en papel activo, que pone la mano sobre el hombro de un niño, que asume un papel más bien pasivo: el chimpancé «muestra la expresión facial relajada con la boca abierta», el niño ríe.

La fotografía Zapatero Obama que comentamos nos muestra, en resumen, a un caballero postulante que, en sus años más mozos y atolondrados, había permanecido sentado cuando pasaba la bandera del Imperio, por enemistad humanista con el emperador antecesor del actual, y había retirado las tropas del Irak en franca rebeldía contra él, invocando el mismo humanismo pánfilo pacifista; un caballero que ahora, en el proceso de sentir la mano acogedora del nuevo emperador sobre su hombro, se apresura a disponer el envío de un batallón (no sólo de doce soldados, como anunció su ministra) a Afganistán, en solidaridad con el ejército norteamericano, pero, bien entendido, «en misión de paz» –como si hubiera alguna guerra que no se declarase en misión de paz, es decir, para obtener la paz de su victoria–.

Algunos preguntarán: ¿y qué se le ha perdido al caballero que gobierna España en Afganistán, para enviar tropas en misión de paz? ¿Por qué no las envía también en misión de paz a Corea del Norte, a Pakistán, a Chechenia, a Sri Lanka, al Sudán, a Cachemira, a Colombia…? La respuesta nos parece bien clara: no se le ha perdido nada. Pero si no envía esas tropas a Afganistán puede perder la amistad de su padrino. Por lo demás no faltarán justificaciones ideológicas suficientes para que casi la mitad del democrático pueblo español homologado apruebe su decisión: el ejército español acompañará al ejercito norteamericano a Afganistán o a donde quiera con tal de avanzar en «misión de paz», aunque con carros de combate, bombarderos o misiles, en la marcha hacia la implantación de la democracia homologada en todos aquellos territorios (exceptuando China, y acaso Rusia) que aún no la posean. Esta es la «nueva Cruzada» de Obama, convergente al parecer con la «Alianza de Civilizaciones» de Zapatero (en cuya conferencia de Estambul el caballero arrepentido de sus pasados atolondramientos no se explicaba por qué no asistió su señor).

Sólo le queda confiar en que asistirá a alguna de las próximas sesiones de tan humanísimo proyecto. ¿Acaso Obama no está siendo percibido por millones y millones de hombres, sin distinciones de sexo, raza, cultura, religión… como un nuevo Mesías, el que va a salvar al Mundo de la crisis más profunda que jamás haya experimentado, el que va a recomponer el sistema universal, síntesis del capitalismo y del socialismo que él representa y que los malvados republicanos norteamericanos habían descompuesto?

Un Mesías que no procede de cenáculos blancos (o arios), pero tampoco de cenáculos de color oscuro intenso, puesto que su condición de mulato le confiere una situación privilegiada para gestionar los derechos humanos de varios miles de millones de seres humanos sin tener en cuenta el sexo, la religión y sobre todo su raza. Como mulato, Obama reúne en su genoma a las «razas» (permítasenos violar el tabú que, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, pesa sobre este término) más diversas; por tanto representa a todas ellas, pero no por abstracción negativa (la que utiliza la Declaración Universal de los Derechos Humanos), sino por mezcla positiva, la que condujo a la idea de una «raza cósmica».

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero, en la ceremonia de ser armado caballero y recibido en su seno por el Mesías Obama mira a su Obama salvador, parece que le está diciendo: «¡Gracias, Señor, me has devuelto la esperanza en esta época de crisis y tribulaciones de la sociedad que gobierno! ¡Me has salvado, y al salvarme a mí, has salvado también a esta España que me ha elegido y, aunque no lo adviertas en este momento, has salvado a mi proyecto, no menos mesiánico que el tuyo, de la Alianza de las Civilizaciones!»

 

valiente y Bueno: decir la verdad es «provocador»

24 abril 2009

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Gustavo Bueno  reune a más de 500 personas en su conferencia contra la ley del aborto.

Lleno absoluto. La conferencia de Gustavo Bueno contra la nueva ley del aborto reunió en la sala polivalente del Auditorio a más de 500 personas que abarrotaron las butacas y las escaleras. En su exposición, Bueno se mostró firme ante las declaraciones de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, en las que considera que la Iglesia no debería entrar a decidir qué es delito y qué no: «No es más que un signo de ignorancia hablar de la religión como algo opuesto a la razón, a una ministra que diga esto habría que tirarla por la ventana», sentenció el filósofo.

Gema Sala, representante en Asturias de la asociación que promovió el acto, «Unidos por la vida», realizó una enardecida defensa de los «no nacidos», antes de que su presidenta nacional, Pilar Gutiérrez, destacase la adopción como vía alternativa al aborto, «la gran irracionalidad de los siglos XX y XXI».
A pesar de los problemas con el sonido, Bueno consiguió transmitir a la audiencia las razones por las que se opone a la nueva legislación, además de pedir a los Colegios de Médicos que muestren su «protesta». «La mujer que reivindica no ser una contenedora ya tiene bastante encima con un cerebro tan pequeñito», aseveró Bueno, antes de acusar a la ministra Aído de tener ideas «claras y cortas».
 
 

 

 

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Fuente: La Nueva España. Oviedo 24 de abril de 2009 informa sobre la conferencia pronunciada ayer, jueves, por el catedrático emérito Don Gustavo Bueno.