En LibertadDigital, Agapito Mestre comenta el libro del filósofo Gustavo Bueno “El fundamentalismo democrático”.
El descubrimiento de los males de la democracia a través de una nueva y más amplia idea de corrupción, que traspasa las fronteras del ámbito delictivo, es la principal pretensión que satisface este libro. Un nuevo ensayo para levantar acta del fracaso de la democracia española.
Tres pasos son fundamentales para entender ese fracaso. En primer lugar, Bueno trata de fundamentar una nueva noción de corrupción. En segundo lugar, hay una descripción crítica de los defensores fundamentalistas de la democracia: quienes, lejos de contribuir al desarrollo del la democracia, vendrían a convertirse en los principales ideólogos de las democracias corruptas; el caso de la España de Zapatero es todo un arquetipo de corrupción democrática. Y, en tercer lugar, Bueno reitera la defensa de la nación española a través de la descripción y análisis de la mayor de las corrupciones del sistema político español, a saber, la utilización de los mecanismos democráticos para negar el fundamento del propio sistema político: el Estado-nacional. Al final, la corrupción máxima estudiada en este libro es una traición a la nación. A España.
Hace ya algunos años que Gustavo Bueno se ha unido, sí, al club de quienes venimos denunciando, hace décadas, las diferentes formas que adopta esa traición. Esa agonía. Por fortuna, como reconoce el propio Gustavo Bueno, la muerte “definitiva” aún no se ha producido. Su libro quiere contribuir a que eso no suceda nunca.
Aplaudo el compromiso intelectual y alabo el coraje moral de Bueno. Pero, en mi opinión, para que su apuesta ética y política tuviera mayor eficacia quizá hubiera sido bueno y, por supuesto, conveniente citar, o sea, dialogar y discutir con otras propuestas, incluidos libros anteriores del propio Bueno, que han hecho hincapié en la traición a la nación. Es menester que nos acostumbremos a dialogar entre nosotros. A sintetizarnos para seguir construyendo categorías que se enfrenten al totalitarismo federal, confederal o, simplemente, salvaje sobre el que está desarticulándose el Estado-nacional. Tenemos que aprender a elevarnos sobre los hombros de otros hombres, a veces, gigantes.
Quiero decir que es más que conveniente, sí, es necesario que en momentos de agonía nacional sumemos esfuerzos, o sea, nos hagamos cargo de modo explícito de una tradición que va, por lo menos, desde Unamuno y Ortega hasta César Alonso de los Ríos, pasando por Dieste o Jiménez Losantos, y que ha subrayado que esa traición a España es otra forma de negar la democracia. O discutimos entre nosotros o seguiremos siendo un signo claro de subdesarrollo intelectual. El verdadero pensamiento casi siempre tiene, como dice Gabriel Zaid, un centro de discusión local. El milagro creador de Sócrates, Platón y Aristóteles se hizo subiendo de nivel la conversación local.
La fuente de la corrupción de la Nación española que su democracia canaliza no se fundamenta en los partidos políticos; se fundamenta en el dictamen mismo del pueblo soberano que se entrega al juego de esos partidos, dándoles su voto mayoritario.