Archive for 17 febrero 2019
El Obispo RICHARD WILLIAMSON defiende a RUSIA
17 febrero 2019Vladimir Volfovich Zhirinovsky
11 febrero 2019VLADIMIR ZHIRINOVSKY / artículo de Xavier Colás en el diario “EL MUNDO”, 10 feb 2019
Vladimir Volfovich Zhirinovsky (Russian: Влади́мир Во́льфович Жирино́вский; né Eidelstein (Russian: Эйдельште́йн); born 25 April 1946) is a Russian politician and leader of the LDPR party (formerly Liberal Democratic Party of Russia). He is fiercely nationalist and has been described as “a showman of Russian politics, blending populist and nationalist rhetoric, anti-Western invective and a brash, confrontational style”.[1] His views have sometimes been described by western media as fascist.[2][3][4]
EARLY LIFE AND POLITICS[EDIT]
FOUNDING OF THE LIBERAL DEMOCRATIC PARTY[EDIT]
Antes de Trump existió Zhirinovski
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¿ESPÍA DEL KGB?
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del PCUS tres millones de rublos para su fundación
EL IRRESISTIBLE ASCENSO DE ZHIRINOVSKI
y máquinas de fax.
Incluso le visitó en Moscú
La encendida oratoria de Zhirinovski dio a conocer al LDPR, otorgándole a la formación valiosos minutos de presencia en las cadenas privadas de televisión –que además de elevar sus ratings veían en él la posibilidad de dividir a la oposición no comunista a Yeltsin– y, a la vez, limitó sus posibilidades de éxito. En las primeras elecciones legislativas a la Duma, en junio de 1991, el LDPR consiguió un 7,81%. En 1992 Zhirinovski entró en contacto con el líder del entonces marginalFrente Nacional (FN) francés, Jean-Marie Le Pen, quien le envió máquinas de fax y ordenadores. Le Pen incluso llegó a visitar Moscú para conocer a quien veía como su homólogo ruso.
En las elecciones legislativas de 1993, celebradas en diciembre, el LDPR consiguió inesperadamente un 22,92% y una amplia representación en todo el país, siendo incluso primera fuerza en 64 de los 87 sujetos federales de Rusia. Según el sociólogo ruso Borís Kagarlitsky, Zhirinovski consiguió este éxito gracias a haber sabido ”manipular el descontento público sin enfrentarse a las autoridades” y a la campaña poco brillante del reaparecido Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR). “La demagogia de comienzos de los noventa se volvió contra la gente que la había predicado primero”, escribe Kagarlitsky en Restoration in Russia. Why Capitalism Failed (“La restauración en Rusia, por qué fracasó el capitalismo”, Verso, 1995).
Pero lo más importante permaneció escondido al ciudadano amargado y desconcertado: el hecho de que sus miserias no se debían a las intrigas de alguien, sino que eran el resultado inevitable del funcionamiento del sistema que se había establecido. Mientras el ciudadano común buscaba malhechores, el sistema no se veía amenazado por la revolución o la reforma. Sin embargo, los propios ideólogos de este sistema, que se habían convertido en materiales de desecho, pasaron a estar disponibles para el sacrificio.”
La victoria del LDPR en 1993 animó a Zhirinovski a sopesar presentarse a las presidenciales contra Borís Yeltsin. La especulación causó temor en la comunidad internacional, horrorizada por la posibilidad de que el Kremlin terminase en manos de un nacionalista con ambiciones expansionistas. Sin embargo, la conclusión de que aquel voto no había sido más que un castigo de los electores al partido oficialista, la elección de Rusia –que presentó como candidato a uno de los arquitectos de la terapia de shock neoliberal, Yegor Gaidar–, le hizo desistir. Zhirinovski no se presentaría a las presidenciales hasta 2008, quedando en tercer lugar con un 9,5% de los votos.
METADONA NACIONALISTA
“A diferencia del fascimo real, estos movimientos –amorfos y con una relación parasitaria con las estructuras del parlamentarismo burgués– no pueden luchar por el poder”, escribe Kagarlitsky. Zhirinovski no ha logrado movilizar nunca por completo al nacionalismo ruso, su partido es un one man show que busca constantemente el acceso a la prensa y los medios. “¿El LDPR tiene ideología? ¡El LDPR tiene a Zhirinovski!”, escribía hace unos días en su cuenta de Twitter el diputado comunista Valeri Rashkin.
Si el LDPR sigue consiguiendo diputados no es tanto por su atractivo para el votante nacionalista como para el pequeño y mediano empresario de las regiones rusas que lo apoyan a cambio de obtener acceso a las instancias del poder y que sus negocios no se enfrenten obstáculos burocráticos, o incluso a un acta de diputado que les otorgue inmundad parlamentaria. Sin embargo, añade Kagarlitsky, estos partidos “son peligrosos”: “No sólo porque su crecimiento demuestra que la crisis del ‘nuevo orden mundial’ está socavando los cimientos de la democracia, sino por la razón de que mientras la demagogia de estos movimientos funcione’ millones de personas aullarán al unísono con los líderes de estos movimientos y creerán en sus recetas sin ton ni son para la salvación. Los miembros de estos movimientos están condenados a ser rehenes del mismo orden social que sinceramente odian”.
“A nuestros votantes les gusta un poco de contraste, un shock al sistema. Así que si vosotros, los periodistas, escribiéseis cada día que yo soy un demócrata normal, con un programa normal, quieto, inteligente, educado, estaría acabado de inmediato”, dijo en 1995 Zhirinovski. Hoy su nombre es legión, porque son muchos.
FUENTE:
https://www.publico.es/internacional/trump-existio-zhirinovski.html
Gill Ellis Young – Hike in the Wood
9 febrero 2019Gill Ellis Young – Hike in the Wood
Liberalismo, elitismo y realismo en la obra de Oswald Spengler
2 febrero 2019Liberalismo, elitismo y realismo en la obra de Oswald Spengler
Por dinero, la democracia se destruye a sí misma, después de que el dinero haya destruido el espíritu
(*)
Hace exactamente cien años apareció uno de los libros más importantes y probablemente el menos comprendido de cuantos vieron la luz en el siglo XX: Der Untergang des Abendlandes (“La Decadencia de Occidente“) de Oswald Spengler.
El libro fue objeto de muchas críticas desde el momento mismo de la publicación, probablemente porque su autor se estaba burlando -con ironía e irreverentemente- de diversas espíritus (de derecha e izquierda) que pretendían “salvar el mundo “. Y debido al determinismo histórico inexorable que profesaba Spengler, éste libro no podía sino generar un profundo malentendido por parte de los lectores. Pero fue sobre todo el término Untergang (Es decir, en alemán, a la vez “naufragio” y “declive”), un elemento importante para comprender tanto el éxito de ventas de su trabajo como la oposición de los historiadores, que generalmente no son muy hiperbólicos, factor que creó el mayor malentendido, como lo lamentó el propio Spengler: “Hay gente que confunde decadencia (Untergang) de la antigüedad con el hundimiento(Untergang) de un crucero. El significado de ‘catástrofe’ no está contenido en esta palabra. Si dijéramos ‘terminación’ en lugar de ‘declive’, eliminaríamos el lado ‘pesimista’ sin transformar el significado fundamental del término.”
Incluso hoy en día, el debate sobre Oswald Spengler se basa en premisas fundamentalmente falsas, curiosamente, basadas en una asombrosa doble superposición de las posiciones ideológicas de los lectores.
Por lo tanto, aquellos que, al igual que el propio Spengler, sienten un profundo apego a la historia occidental, tienden a minimizar las predicciones de Spengler para convertir su obra en una simple distopía que hay que evitar. Mas usan el término “decadencia de Occidente” con el fin de advertir al público contra las consecuencias desastrosas del individualismo, la inmigración, el modernismo, el capitalismo desenfrenado o la tecnocracia y, al mismo tiempo, proponen una serie de reformas diseñadas para superar esta evolución.
Pero al actuar así solo se muestra una cosa: que ese tipo de lector no ha entendido el verdadero mensaje de Spengler. De hecho, no hay ninguna razón para suponer que Occidente pueda evitar el destino de todas las demás civilizaciones, porque la historia no nos enseña cómo dibujar libremente el futuro, sino que sólo puede realizarse en los estrechos límites de nuestro margen de maniobra: “No tenemos la libertad de alcanzar esto o aquello, sino solo hacer lo que sea necesario, o nada en absoluto. Y una tarea impuesta por la necesidad de la historia siempre se resuelve, con o contra el individuo.”
Pero aquellos que también rechazan el llamado “conservadurismo de Spengler” en favor del multiculturalismo, el liberalismo y la democracia de masas no hacen justicia al espíritu de la obra, ya que parecen curiosamente conscientes de que la morfología cultural de Spengler ofrece la victoria (transitoria) -en última instancia legitimadora perfecta- de sus propias posiciones políticas. Nos guste o no, “el socialismo, el impresionismo, los ferrocarriles eléctricos, los torpedos y el cálculo diferencial forman parte del ocaso del destino de Occidente, y sólo un ingenuo soñador podría esperar un retorno a un pasado irremediablemente perdido. El que no se da cuenta de este hecho, no tiene más importancia entre los hombres de su generación. Sigue siendo un tonto, un curandero o un pedante.”
Antes, como ahora, Spengler se encuentra en una especie de zona neutra ideológicamente hablando, y la estima que le tienen, tanto como su rechazo, se basan generalmente en los primeros pasos dados al aproximarse a su obra, pasos que pasan por alto el verdadero núcleo de su pensamiento. En este contexto, veamos más de cerca la extrema importancia del llamado “elitismo” spengleriano para estas dos interpretaciones antagónicas.
En primer lugar, se debe admitir que Spengler fue influenciado, como muchos de sus contemporáneos (a izquierda y a la derecha), por el elitismo de un Friedrich Nietzsche quien, por supuesto, fue solo uno de los muchos expositores de una filosofía vitalista cuyo rango va desde el pesimismo schopenhaueriano hasta las especulaciones darwinistas-sociales y la estética de la decadencia. Sin embargo, el elitismo de Spengler es radicalmente diferente del eurocentrismo y el racismo de muchos de sus contemporáneos. Por lo tanto, insiste, por un lado, en que todas las grandes civilizaciones, sin excepción, deben ser juzgadas sencillamente como autorrealizaciones de un potencial humano radicalmente equivalente en su totalidad, y, como explica en otra parte, tomando en cuenta que la verdadera “raza” no reside en ninguna pureza de linaje, sino únicamente en la intensidad con que el hombre se identifica con la evolución de su civilización: “Nunca se puede repetir lo suficiente que el origen fisiológico existe sólo para la ciencia y nunca para el sentimiento popular. Tener `raza’ no es algo material, sino cósmico, direccional; es el sentimiento de unión con el destino, un paso y un camino paralelo a la existencia histórica.”
Obviamente, esto no cambia el hecho de que la Historia, para Spengler, es esencialmente equivalente a “la lucha del hombre contra su entorno”. Y esto en el sentido de Nietzsche como una lucha que surge de la voluntad de poder, cruel, despiadada, una lucha sin cuartel… “y que el hombre, “ese cervatillo ingenioso”, tiende no solo a cooperar, sino también a formar jerarquías“. El elitismo de Spengler difiere del liberalismo contemporáneo en el hecho de que las instituciones políticas concretas de la democracia moderna, como hoy se entienden, no tienen valor intrínseco, sino que todo dependerá de la calidad de la mentalidad de los ciudadanos y, especialmente, del contexto histórico. En todas partes, son los fuertes los que, más o menos atenuados por la ley, la tradición o la opinión pública, pueden ascender al rango de príncipes, magnates de la economía o parlamentarios, de modo que el verdadero contenido de la historia humana no reside en un aumento teleológico en el acceso de masas cada vez mayores a la autodeterminación política, como en Hegel. Por el contrario, la historia consiste más bien en una serie paralela en una dinámica autónoma, donde el ejercicio del poder está sujeto, en todas las civilizaciones, en un primer proceso de autolimitación hacia arriba y hacia abajo, de modo que la democracia moderna no constituye el cénit, sino que, por el contrario, es el final de este proceso en el que “cuanto más desaparecen las divisiones sociales y profesionales históricamente crecidas, y cuanto más se deforma la masa de votantes, más desamparados quedan éstas a merced de los nuevos poderes, los dirigentes del partido, que dictan su voluntad a las masas con todos los medios de coacción intelectual. »
Sin lugar a dudas, la idealización del lado salvaje del ser humano que Spengler promueve, ocultando ciertamente, como en Nietzsche, una cierta sobrecompensación de sus propias debilidades, tiende a perder de vista el sufrimiento de todos los que se convierten en víctimas de este matadero en el cual, para citar a Hegel, “la felicidad de los pueblos, la sabiduría de los estados y la virtud de los individuos han sido sacrificadas“. Sin embargo, mostrarse indignado con Spengler por su supuesta falta de compasión por las víctimas de la historia no es una prueba de que la historia en sí tenga más compasión por sus actores, debido a una demanda ética dirigida al futuro humano, exigencia la cual no permite de ninguna manera corregir retrospectivamente hechos históricos ya pasados; para citar a Spengler: “La historia mundial es también un tribunal histórico. Siempre ha dado razón a existencias más fuertes, más llenas, más seguras de sí mismas, es decir, da una razón para existir […] ; y ella siempre ha condenado […] a muerte a aquellos hombres y personas que prefirieron la verdad a las acciones.”
Si es fundamentalmente el campo político liberal de izquierda el que tiende a criticar a Spengler por su elitismo y su supuesta hostilidad a la democracia, esto no deja de ser cómico. Por un lado, es sobre todo el siglo XXI el que ha demostrado a todos aquellos que dudan aún, que la victoria de la democracia y el liberalismo genera un orden mundial internacionalista, con instituciones esenciales como la ONU, el FMI, la OTAN o la UE, instituciones las cuales difícilmente pueden considerarse democráticas y, además, estas instituciones están íntimamente vinculadas a un orden social que ha generado el máximo punto histórico en cuanto a concentración de poder y propiedad en las manos de una pequeña élite.
Criticar tanto a Spengler por su elitismo no parece una contribución realista a la reflexión sobre la Historia y mucho menos un argumento basado en los hechos, sino una mera forma de indignación hacia una persona que presentó cómo eran (y son) las cosas en lugar de presentarlas cómo deberían ser… Por otro lado, Spengler, en una inspección más cercana, no es tan diferente del análisis político y social del mismo Marx, por lo que es sorprendente que una recepción socialista “positiva” de Spengler brille por su ausencia. De hecho, al igual que Marx, Spengler observa una evolución general de una sociedad primitiva y monocrática a través de etapas feudales y burguesas a un sistema capitalista extremo y se diferencia del determinismo marxista, aparte de la diferencia fundamental entre el materialismo socialista y el vitalismo spengleriano, solo en la medida en que esta evolución no concierne a la historia del mundo en su totalidad, sino a cada una de las civilizaciones superiores por separado y en paralelo.
Por lo tanto, al final de cada evolución individual, no encontramos la dictadura del proletariado y, por lo tanto, una especie de estado utópico, sino la transición del capitalismo monopolista a una autocracia final , y por lo tanto el retorno a los comienzos de cada una de las civilizaciones. Evolución, sí, aunque sin ninguna posibilidad de una verdadera renovación creativa (que es la razón por la cual Spengler no podía considerar las democracias del siglo XX sino como interludio plutocrático en camino a la guerra civil, el cesarismo y la autocracia): “Por dinero, la democracia se destruye a sí misma, después de que el dinero ha destruido el espíritu. Pero es precisamente porque todos los sueños han desaparecido […] que se despierta entonces una profunda nostalgia por todo lo que aún vive en tradiciones antiguas y nobles. Estamos cansados de la economía financiera que nos causa el más profundo disgusto. Esperamos que pueda producirse una redención, sin importar de dónde proceda […]. Pero es precisamente por esta razón que se levanta la lucha final entre democracia y cesarismo, entre los líderes de una economía capitalista dictatorial y la voluntad puramente política de los césares. ”
Esto nos lleva al elemento final de la crítica del supuesto elitismo de Oswald Spengler, que es probablemente el más importante. De hecho, Spengler no rechaza la democracia moderna desde un punto de vista absoluto, sino que da voz a la creencia de que la democracia es en realidad un evento central en la evolución de todas las culturas humanas y no el objetivo final y la historia humana intencional, porque es inevitable que antes o más tarde la democracia se transforme, por su dinámica interna, en su opuesto, otro punto donde los análisis socioeconómicos de Spengler se acercan mucho más a la crítica marxista del parlamentarismo burgués que a la crítica de muchos de los partidos en la izquierda. De esta manera leemos: “Si una potencia electoral puede aportar lo que un idealista espera, sería necesario que no hubiera una élite gobernante que pudiera influir de acuerdo con sus intereses y el capital disponible para los votantes. Desde el momento en que existe tal élite, el voto tiene sólo la función de censura… Al final, todo el mundo se da cuenta de que el derecho general al voto ya no incluye ningún derecho real, ni siquiera el derecho a elegir entre partidos, porque los poderes políticos que han crecido en esta tierra dominan todos los medios intelectuales que controlan el discurso oral y escrito con dinero y, por lo tanto, pueden dirigir la opinión política del individuo como deseen.”
Esta no es la afirmación de un “anti-demócrata” que, considerando todos los órdenes sociales posibles, prefiere el cesarismo y rechaza la democracia, sino la conciencia de un pensador que ya no se hace ilusiones sobre las dinámicas autónomas de la Historia. Y es probablemente esta actitud la que representa, a los ojos de los contemporáneos, la más seria de las herejías de las que Spengler pudo haber sido culpable. Su rechazo del liberalismo no se basa en razones políticas, sino más bien se fundamenta en su relatividad como un acontecimiento histórico puramente transitorio…
¿Podemos permitirnos el lujo – especialmente hoy en día, donde el liberalismo de la época de postguerra se avecina lentamente a su fin, y donde la presión externa e interna en Occidente se hace casi insoportable – negar los hechos ostensibles de la situación política mundial en favor de un dudoso ideal político moral? ¿Podemos continuar luchando obstinadamente en las batallas de un pasado ya dejado atrás, en lugar de prepararnos resueltamente para los horribles conflictos que nos esperan en un futuro no muynlejano? Spengler diría: “Si usamos la espinosa palabra ‘libertad’, ya no se nos permite hacer esto o aquello, sino solo lo que es necesario o no. Considerar esta elección como “buena” caracteriza al hombre de acción. Por otro lado, lamentarlo y criticarlo no significa que se pueda cambiar.”
La versión original de este texto fue publicada en alemán bajo el título ” Müde der Macht des Geldes”, en la publicación Cato 5, 2018, p. 72-76. Una versión francesa apareció en la revista Éléments, Nº 175, p. 77-79. La traducción al español, en exclusiva para la La Tribuna del País Vasco, se publica aquí con la autorización expresa del autor.
David Engels es presidente de la Oswald Spengler Society for the Study of Humanity and World History [https://www.oswaldspenglersociety.com/]. Es titular de la cátedra de Historia de Roma en la Universidad Libre de Bruselas.
FUENTE:
Islam, islamistas y musulmanes / por Yolanda Couceiro Morin
2 febrero 2019Algunos lectores, a raíz de alguno de mis artículos, me han preguntado acerca de mi idea concreta y personal sobre el Islam, la sharia (ley islámica) y los musulmanes. Quizás por error mío, en algún artículo se puede apreciar que mis opiniones son aplicables a todos los musulmanes. Nada más lejos de la realidad, pues me refiero claramente a los musulmanes radicalizados, islamistas o seguidores de la sharia.
La sharia constituye un código detallado de conducta, en el que se incluyen también las normas relativas a los modos del culto, los criterios de la moral y de la vida, las cosas permitidas o prohibidas y las reglas separadoras entre el bien y el mal. Como detallaba la senadora española del Partido Popular Ester Muñoz, “la sharia es incompatible con los derechos Humanos”, es decir, con la democracia.
¿Hasta dónde llega el apoyo a la sharia entre los musulmanes? El porcentaje de musulmanes que estarían a favor de aplicar la sharia es del 54,8%. Así se desprende del estudio ‘Musulmanes en el mundo: Religión, Política y Sociedad’ del Pew Research Center. Así pues, dentro del mundo musulmán, una mayoría cree en la sharia como la palabra revelada de Dios, y no como un cuerpo legal desarrollado por los hombres, basado en la revelación divina. Por eso es que la mayor proporción de los fieles de esa creencia sostienen que la ley islámica tiene una sola interpretación, mientras que una menor porción de los musulmanes considera que pueden existir múltiples formas de entenderla. Y aquí radica la diferencia. En Siria, por ejemplo, bajo el régimen de Al-Assad, se permite el culto cristiano y él mismo participa de fechas tan señaladas como la Navidad, a pesar de ser musulmán. Esto mismo ocurre en otros países musulmanes donde se permite la presencia de iglesias y sacerdotes sin problemas. Bien, no son precisamente estas personas musulmanas a las que me refiero cuando critico la persecución que sufren los cristianos o los problemas que tenemos en Europa; me refiero a esos que ven la sharia como objetivo. Por ejemplo, en esta conferencia en Noruega:
Por lo tanto, debemos diferenciar claramente entre aquellos musulmanes -muchos- que viven en paz con los cristianos, que se dedican a vivir en paz y no son extremistas, con aquellos que son violentos y radicales que pretenden imponernos su ideología, que maltratan a las mujeres y asesinan homosexuales. No todos los musulmanes son iguales.